En su alocución previa al rezo mariano del Ángelus, el Papa recordó que este segundo domingo del tiempo ordinario está en continuidad con la Epifanía y la fiesta del Bautismo de Jesús, que celebramos el domingo pasado. Y recuerda que Jesús ha expiado el pecado del mundo para que seamos libres.

Ciudad del Vaticano.- El Papa en su alocución previa al rezo mariano del Ángelus, nos pide que contemplemos a Cristo “con los ojos y más aún con el corazón; y dejémonos instruir por el Espíritu Santo, que dentro nos dice: ¡Es Él! Es el Hijo de Dios hecho cordero, inmolado por amor. Sólo Él ha traído, sufrido, expiado el pecado del mundo, y también mis pecados. Ha tomados todos nuestros pecados y los alejó de nosotros, para que finalmente fuéramos libres, no más esclavos del mal”.

El testimonio de Juan el Bautista

En el Evangelio de este segundo domingo del tiempo ordinario, se sigue hablando de “la manifestación de Jesús”.  Después de haber sido bautizado en el río Jordán, “fue consagrado por el Espíritu Santo que reposó sobre él y fue proclamado Hijo de Dios por la voz del Padre celestial”.

El Papa Francisco nos recuerda además que el evangelista Juan, a diferencia de los otros tres, no describe el evento, sino, “que nos propone el testimonio de Juan el Bautista. Primer testigo de Cristo”. Juan el Bautista afirmó el Papa, no puede frenar el urgente deseo de dar testimonio de Jesús.

Juan vio algo impactante, es decir, el Hijo amado de Dios en solidaridad con los pecadores; y el Espíritu Santo le hizo comprender la novedad inaudita, un verdadero cambio de rumbo. El Santo Padre dijo al respecto, que mientras que en todas las religiones es el hombre quien ofrece y sacrifica algo a Dios, en el caso de Jesús “es Dios quien ofrece a su Hijo para la salvación de la humanidad”.

“Juan manifiesta su asombro y su consentimiento a esta novedad impactante que trae Jesús, a través de una expresión significativa que repetimos cada vez en la Misa: "¡He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!”.

Empezar una y otra vez el camino de fe

El Pontífice nos dice que, el testimonio de Juan el Bautista, nos invita a empezar una y otra vez en nuestro camino de fe: empezar de nuevo desde Jesucristo, el Cordero lleno de misericordia que el Padre ha dado por nosotros. Y que nos sorprendamos cada día por la elección de “Dios de estar de nuestro lado, de solidarizarse con nosotros los pecadores, y de salvar al mundo del mal asumiéndose totalmente la responsabilidad”.

Francisco nos pide que aprendamos del Bautista a no dar por sentado “que ya conocemos a Jesús, que ya lo conocemos todo de Él. No es así. Detengámonos en el Evangelio, quizás incluso contemplando un icono de Cristo, un "Santo Rostro", una de las muchas representaciones maravillosas de las que es rica la historia del arte en Oriente y Occidente”.

Contemplemos a Cristo con el corazón

Contemplemos a Cristo “con los ojos y más aún con el corazón; y dejémonos instruir por el Espíritu Santo, que dentro nos dice: ¡Es Él! Es el Hijo de Dios hecho cordero, inmolado por amor. Él, sólo Él ha traído, sufrido, expiado el pecado del mundo, y también mis pecados. Todos”.

Ha tomados todos nuestros pecados y los alejó de nosotros, dijo por último el Papa, para que finalmente fuéramos libres, no más esclavos del mal. Sí, ¡todavía pobres pecadores, pero no esclavos, no, sino hijos, hijos de Dios!

Búsqueda de la paz para Libia

El Papa Francisco, después de la oración del Ángelus,  expresó su preocupación por la paz en Libia y recordó que hoy se desarrolla en Berlín una conferencia para discutir la crisis en ese país del norte de África y expresó: “Espero que esta cumbre, que es tan importante, sea el inicio de un camino hacia el fin de la violencia y una solución negociada que conduzca a la paz y a la tan deseada estabilidad del país”.

Como es habitual, el Papa también saludó a los presentes en la Plaza de San Pedro, y  recordó que este año ha sido designado internacionalmente como el "Año de la Enfermera y la matrona". Las enfermeras, dijo, son las trabajadoras de la salud más numerosas y las parteras son quizás la más noble de las profesiones. Y pidió orar por ellas para que puedan hacer su preciosa labor de la mejor manera posible.

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“Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a ponernos a la escucha de Jesús que viene, y que pide ser acogido en nuestros proyectos y en nuestras elecciones”. Es el deseo del Papa en este último domingo de Adviento, para que esperemos el Nacimiento del Niño Dios dejándonos guiar por Dios en nuestras vidas.

Ciudad del Vaticano.- En este cuarto y último domingo de Adviento, el Papa, desde el Palacio Apostólico, dedica su alocución previa al rezo mariano para recordar la figura de José, una figura, como dijo, “aparentemente en segundo plano, pero en cuya actitud está encerrada toda la sabiduría cristiana”.  En el tiempo de Adviento la Liturgia propone a Juan Bautista, a María y a José, “de los tres es el más modesto. Uno que no predica, no habla, pero trata de hacer la voluntad de Dios; y la cumple en el estilo del Evangelio y de la Bienaventuranzas: “Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece”.

Hablando de José, Francisco dijo que es pobre, porque vive de lo  esencial, “es la pobreza típica de aquellos que son conscientes de depender en todo de Dios y en Él depositan toda su confianza”. José un hombre amable y sabio que incluso en un momento difícil, se entrega plenamente a Dios.

La narración evangélica de hoy presenta una situación humanamente vergonzosa y contrastante, señaló el Papa. José y María están comprometidos; no viven aún juntos, pero ella está esperando un bebé por obra de Dios.

“José frente a esta sorpresa, naturalmente queda turbado, pero en vez de reaccionar en manera impulsiva y punitiva, busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María”.

Por consiguiente, como refiere el Evangelio «José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto». José, sabía bien que, si hubiera denunciado a su prometida, la habría expuesto a graves consecuencias, incluida la muerte. Pero como dijo el Pontífice, él tiene plena confianza en María, que ha escogido como su esposa.

Ante este momento difícil en el que debe tomar la decisión de alejarse de Ella sin hacer escándalo, es cuando el Ángel interviene para decirle que la solución que está proyectando no es la que quiere Dios. "José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo".

José confía totalmente en Dios. Precisamente esta confianza inquebrantable en Dios le permitió aceptar "una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible". José entiende, en la fe, afirmó por último Francisco,  que el niño engendrado en el vientre de María no es su hijo, pero es el Hijo de Dios y él, José, será su custodio, asumiendo plenamente su paternidad terrenal.

Saludos del Papa a los presentes en la Plaza de San Pedro

En sus saludos, el Santo Padre mencionó a la Delegación de Ciudadanos Italianos que viven en territorios gravemente contaminados y que, como les dijo,  aspiran tener una mejor calidad del ambiente y una justa tutela de la salud.

Y a todos los que se están preparando para pasar la navidad en familia, Francisco les deseó que  la Santa Navidad sea una ocasión para todos de fraternidad, crecimiento en la fe y de gestos de solidaridad hacia los necesitados.

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«Pablo nos enseña la perseverancia en la prueba y la capacidad de leer todo con los ojos de la fe. Pidamos al Señor hoy, por intercesión del Apóstol, que reviva nuestra fe y nos ayude a ser fieles hasta el final de nuestra vocación de discípulos misioneros». Pablo prisionero ante el rey Agripa, tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 11 de diciembre de 2019.

Ciudad del Vaticano. - “Siguiendo el viaje del Evangelio que nos narra el libro de Los Hechos, descubrimos que san Pablo, evangelizador lleno de entusiasmo y misionero intrépido, participó también en los sufrimientos de la pasión del Señor Jesús, pues como Él, fue igualmente odiado y perseguido”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del segundo miércoles de diciembre de 2019, continuando con su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Pablo se asocia a la pasión de su Maestro

El Santo Padre comentando el capítulo 21 del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que se describe la llegada del Apóstol a Jerusalén, dijo que este evento desencadenó un odio feroz hacia él, como lo fue para Jesús, Jerusalén es también la ciudad hostil para san Pablo. “Fue al templo, fue reconocido, sacado para ser linchado y salvado in extremis por los soldados romanos. Acusado de enseñar contra la Ley y el Templo, fue arrestado y comenzó su peregrinación como prisionero, primero delante del sanedrín, luego ante el procurador romano en Cesarea y finalmente ante el rey Agripa”. El evangelista Lucas, señaló el Pontífice, evidencia la semejanza entre Pablo y Jesús, ambos odiados por sus adversarios, acusados públicamente y reconocidos como inocentes por las autoridades imperiales; y así Pablo se asocia a la pasión de su Maestro, y su pasión se convierte en un evangelio vivo.

La persecución a los cristianos en Ucrania y el mundo

El Papa Francisco hablando espontáneamente señaló que, esta mañana tuvo una primera audiencia, con los peregrinos ucranianos de una diócesis de Ucrania. “!Cómo han sido perseguidos esta gente, cuánto han sufrido por el Evangelio! Pero no negociaron la fe. Es un ejemplo. Hoy en el mundo, en Europa, muchos cristianos son perseguidos y dan su vida por su fe, o son perseguidos con guantes blancos, es decir, dejados de lado, marginados”. El martirio, agregó el Papa, es el aire de vida de un cristiano, de una comunidad cristiana. Siempre habrá mártires entre nosotros: esta es la señal de que vamos por el camino de Jesús. Es una bendición del Señor, que exista en el pueblo de Dios, alguno o alguna que sea este testimonio del martirio.

Asimismo, el Santo Padre señaló que, Cristo resucitado hizo cristiano a Pablo y le confió la misión entre los gentiles, él está llamado a defenderse, y al final, en presencia del rey Agripa II, su apología se convierte en un eficaz testimonio de fe. “San Pablo fue llevado ante el rey Agripa para defenderse de las acusaciones que le hacían sus enemigos. Hablando ante el rey – dijo el Papa hablando en nuestro idioma – manifestó su íntimo ligamen con el pueblo de Israel y contó la historia de su conversión: Fue Cristo Resucitado quien lo hizo cristiano y quien le encomendó la misión de ser apóstol de los gentiles. Pablo, obediente al mandato del Señor, se dedicó a demostrar cómo Moisés y los profetas habían preanunciado lo que él les anunciaba: que Jesucristo por su pasión, muerte y resurrección había sido constituido Señor y Salvador”.

Las cadenas de Pablo signo de su fidelidad al Evangelio

El apasionado testimonio de Pablo, explicó el Santo Padre, toca el corazón del rey Agripa, y fue declarado inocente, pero no pudo ser liberado porque apeló al César. Así continúa el viaje incontenible de la Palabra de Dios hacia Roma. “A partir de este momento – puntualizó el Papa – el retrato de Pablo es el del prisionero cuyas cadenas son el signo de su fidelidad al Evangelio y del testimonio dado al Resucitado”.

El Papa a Eparquía de Mukácheve: gracias por su fidelidad a Jesucristo

Las cadenas de Pablo un instrumento misionero eficaz

Las cadenas, subrayó el Papa Francisco, son ciertamente una prueba humillante para el Apóstol, que aparece al mundo como un “malhechor”. Pero su amor por Cristo es tan fuerte que incluso estas cadenas se leen con los ojos de la fe; fe que para Pablo no es "una teoría, una opinión sobre Dios y el mundo", sino es "el impacto del amor de Dios en su corazón, es amor por Jesucristo".

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica. “Pidamos a Dios nuestro Padre que nos conceda perseverar en los momentos de prueba y que nos dé también la capacidad de leer todos los acontecimientos de nuestra vida con los ojos de la fe, para mantenernos fieles en nuestra vocación de discípulos misioneros”.

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El Papa en Pentecostés denuncia la actual forma de vida en la que se buscan soluciones rápidas: “una pastilla detrás de otra para seguir adelante, una emoción detrás de otra para sentirse vivos” y asegura que lo que necesitamos es el Espíritu: “es Él quien pone orden en el frenesí”.

Ciudad del Vaticano. - El Papa Francisco celebra la Santa Misa en la solemnidad de Pentecostés en la Plaza de San Pedro y asegura que la historia de los discípulos, que parecía haber llegado a su final, es renovada por la juventud del Espíritu: “aquellos jóvenes que poseídos por la incertidumbre pensaban que habían llegado al final, fueron transformados por una alegría que los hizo renacer” y esta transformación – ha puntualizado – es obra “del Espíritu Santo”. 

Y es precisamente en torno a la tercera persona de la Trinidad que el Papa Francisco ha centrado su homilía. Para el Papa, el Espíritu no es, como podría parecer, “algo abstracto” sino “la persona más concreta y más cercana que nos cambia la vida”. Y para corroborar esto, pide que nos fijemos en los apóstoles, a quienes el Espíritu no les facilitó la vida ni les realizó milagros espectaculares pero les trajo la armonía que les faltaba, “porque Él es armonía” ha dicho el Obispo de Roma.

El Espíritu Santo trae armonía dentro del hombre

El Papa también ha señalado que la historia de los discípulos nos dice que incluso ver al Resucitado no es suficiente si uno no lo recibe en su corazón: “No sirve de nada saber que el Resucitado está vivo si no vivimos como resucitados”. Y en este sentido, explica que es el Espíritu el que hace “que Jesús viva y renazca en nosotros” y el que “nos resucita por dentro”.

La paz no es solucionar problemas externos sino recibir al Espíritu

Posteriormente, narrando cuando Jesús le dice a los discípulos: «Paz a vosotros» y les da el Espíritu, el Pontífice ha señalado que la paz no consiste en solucionar los problemas externos sino en recibir el Espíritu Santo: “cuántas veces nos quedamos en la superficie y en lugar de buscar el Espíritu tratamos de mantenernos a flote, pensando que todo irá mejor si se acaba ese problema, si ya no veo a esa persona, si se mejora esa situación” ha dicho el Papa, advirtiendo que esta actitud no nos dará tranquilidad, pues “una vez que termina un problema, vendrá otro y la inquietud volverá”. En cambio, sí la encontraremos en la paz de Jesús y la armonía del Espíritu.

Necesitamos al Espíritu, no soluciones rápidas

El sucesor de Pedro también ha hablado de la actual forma de vida, en la que vivimos sometidos a prisas y en la que parece que la armonía está marginada. “Vivimos  en un continuo nerviosismo que nos hace reaccionar mal a todo” dice el Papa y además, buscamos la solución rápida: “una pastilla detrás de otra para seguir adelante, una emoción detrás de otra para sentirse vivos”. Pero lo que necesitamos – puntualiza – “es el Espíritu”: “es Él quien pone orden en el frenesí. Él es la paz en la inquietud, la confianza en el desánimo, la alegría en la tristeza, la juventud en la vejez, el valor en la prueba”. Y es gracias a Él – ha señalado – que Jesús no es un personaje del pasado sino “una persona viva hoy”.

Las actuales desarmonías se traducen en divisiones

Por otro lado, el Papa ha hablado de las “desarmonías” actuales, afirmando que se han convertido en verdaderas divisiones: “están los que tienen demasiado y los que no tienen nada, los que buscan vivir cien años y los que no pueden nacer” y en esta era de la tecnología – puntualiza – estamos distanciados: “más “social” pero menos sociales”. Frente a esto, el Papa explica que necesitamos “el Espíritu de unidad”, que nos regenere como Iglesia, como Pueblo de Dios y como humanidad fraterna: “El Espíritu Santo reúne a los distantes, une a los alejados, trae de vuelta a los dispersos. Mezcla diferentes tonos en una sola armonía, porque ve sobre todo lo bueno, mira al hombre antes que sus errores, a las personas antes que sus acciones”.

El Papa insta a ser hombres espirituales: devolver bien por mal

Al final de su homilía, el Santo Padre denuncia la actual moda de “adjetivar e insultar” – “después nos damos cuenta de que hace daño” dice el Papa – y explica que devolviendo mal por mal y pasando de víctimas a verdugos, “no se vive bien”. De ahí de exhortación final a ser “hombres espirituales que devuelven bien por mal y responden a la arrogancia con mansedumbre, a la malicia con bondad, al ruido con el silencio, a las murmuraciones con la oración, al derrotismo con la sonrisa”. Pero para ser espirituales y gustar la armonía del Espíritu – concluye – “debemos poner su mirada por encima de la nuestra”.

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El Papa preside la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo y pide dar un lugar central en nuestra vida a “Jesús resucitado”, no dejarnos llevar por el mar de los problemas y mirar la vida como Dios la mira.

Ciudad del Vaticano.- En la noche del 20 de abril, Sábado Santo, el Pontífice preside la Vigilia Pascual en una Basílica de San Pedro envuelta en silencio y reflexión y asegura durante su homilía que al contrario que aquellas mujeres que llevaron los aromas a la tumba y temieron que el viaje fuera en vano – pues una gran piedra sellaba la entrada al sepulcro – nosotros hoy, en cambio, “descubrimos que nuestro camino no es en vano y que no termina delante de una piedra funeraria”.

La Pascua es la fiesta de la remoción de las piedras

“Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad” ha proseguido el Papa Francisco, puntualizando que “la historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva»” que es – dice Francisco – “Jesús resucitado”. Además, ha pedido que nos preguntemos cuál es la piedra que tenemos que remover en nosotros, asegurando que esta noche cada uno de nosotros “está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón”, porque es Él – ha dicho el Papa – “quien viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones”.

La piedra de la desconfianza

Francisco ha explicado que, a menudo, la esperanza se ve obstaculizada por “la piedra de la desconfianza”: “Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento”.

Pero también ha hablado de otro concepto: “el sepulcro de la esperanza”; un monumento que en ocasiones construimos dentro de nosotros debido a la insatisfacción: “quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma” ha dicho el Papa, explicando que se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: “todo termina allí, sin esperanza de salir con vida”. Y aquí entra en juego la pregunta hiriente de la Pascua – dice el Papa –  “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”  y a la cual responde firmemente: “El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos” y exclama: “¡No enterréis la esperanza!”.

La piedra del pecado

Junto a la piedra de la desconfianza – ha continuado el Pontífice – está “la piedra del pecado” que “sella el corazón”: “El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte”. Además, el pecado es – ha puntualizado – “buscar la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan”.

Levantemos la mirada, el Señor está con nosotros

Recordando de nuevo a las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús y se quedaron asombradas ante la piedra removida y con las caras mirando al suelo, el Papa explica que al igual que a ellas, también a nosotros muchas veces nos sucede lo mismo y “preferimos permanecer encogidos en nuestros límites, encerrados en nuestros miedos”. Y esto lo hacemos – dice Francisco – “porque es más fácil quedarnos solos en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor”. Ante esto, afirma el Santo Padre, “el Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, a mirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra”.

La mirada de Jesús nos infunde esperanza

Francisco también ha exhortado, por un lado, a mirar la vida como Dios la mira: “En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar”. Por otro lado, el Papa ha invitado a no quedarnos mirando el suelo con miedo, sino a mirar “a Jesús resucitado” porque su mirada “nos infunde esperanza” y nos dice “que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia”. Además, el Papa ha señalado que podemos cumplir la Pascua con Él, es decir, el paso: “de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza”.

Estar atentos al riesgo de tener fe de museo y no la fe de pascua

Si no tenemos un amor vivo con el Señor, se corre el riesgo de tener “una fe de museo, no la fe de pascua” ha puntualizado el Papa. Y en ese sentido, ha explicado que Jesús “no es un personaje del pasado” sino “una persona que vive hoy” y que “no se le conoce en los libros de historia” sino que “se le encuentra en la vida”.

“A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude” ha dicho el Papa concluyendo su homilía y ha puntualizado que “entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades”. Ante esto, Francisco asegura que la Pascua nos enseña que el creyente está llamado a caminar al encuentro del que Vive y a darle un lugar central en la vida y pide dejar que el Resucitado nos transforme, pues – finaliza – cuantas veces luego de habernos encontrado con el Señor, “volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones”.

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“El Señor nos unge para ir a las diversas multitudes, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una preferencialidad inclusiva”, lo recordó en su homilía el Santo Padre en la Misa Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro este 18 de abril, con la bendición de los Santos óleos y la renovación de las promesas sacerdotales.

Ciudad del Vaticano.- “Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro, con la bendición de los Santos óleos y la renovación de las promesas sacerdotales, al inicio del Triduo Pascual.

“La Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios”

La mira fija en el Señor

En su homilía, el Santo Padre comentando el Evangelio de Lucas que la liturgia presenta para este día, dijo que este relato nos hace revivir la emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la profecía de Isaías. “Los evangelios – señaló el Pontífice – nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él”.

“Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen”

La gracia de la cercanía con el pueblo

El Papa Francisco también afirmó que, el Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo y también fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí: Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones. “No es despreciativo el término multitud. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada. Pero en el Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor – que se mete en ellas como un pastor en su rebaño – las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento.

Misa Crismal presidida por el Papa Francisco

La gracia del seguimiento

El Santo Padre en la Misa Crismal invitó a reflexionar acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud. La primera es la gracia del seguimiento. Dice Lucas que las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo seguían» (Lc 14,25), “lo apretujaban”, “lo rodeaban” (cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo» (Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los despida, para que se busquen algo para comer. Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!».

La gracia de la admiración

La segunda gracia que recibe la multitud cuando sigue a Jesús – precisó el Papa – es la de una admiración llena de alegría. La gente se maravillaba con Jesús (cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo con su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el camino, hacerse bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en medio de la multitud le bendijo a su Madre.  Y el Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar.

La gracia del discernimiento

La tercera gracia que recibe la gente – señaló el Pontífice – es la del discernimiento. «La multitud se daba cuenta (a dónde se había ido Jesús) y lo seguía» (Lc 9,11). «Se admiraban de su doctrina, porque enseñaba con autoridad» (Mt 7,28-29; cf. Lc 5,26). Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, suscita en la gente este carisma del discernimiento; no ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones disputadas. Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento, dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La gente gozaba con esto.

“Preferencialidad inclusiva: la gracia y el carisma que se da a una persona o a un grupo en particular redunda, como toda acción del Espíritu, en beneficio de todos”

Visión evangélica de la multitud

El Santo Padre profundizando aún más en la visión evangélica de la multitud, dijo que el Evangelio de Lucas señala cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos. Los nombra en general, pero vemos después con alegría que, a lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán adquiriendo rostro y nombre propios. Así como la unción con el aceite se aplica en una parte y su acción benéfica se expande por todo el cuerpo, así el Señor, tomando la profecía de Isaías, nombra diversas “multitudes” a las que el Espíritu lo envía, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una “preferencialidad inclusiva”.

Los sacerdotes, hemos sido ungidos para ungir

El Papa Francisco dirigiendo su mirada a los sacerdotes dijo que, no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta “gente”, esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica. Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir. Hemos sido tomados de en medio de ellos y sin temor nos podemos identificar con esta gente sencilla. Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo. “Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver» (Lc 18,41)”.

“Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás”

Ungimos ensuciándonos las manos

Antes de concluir su homilía, el Santo Padre confesó que, cuando confirma y ordena le gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. “Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega”.

“El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad”

Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente, el Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo, puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su plenitud en el Reino.

El Papa regala a los sacerdotes el libro de sus homilías en las Misas Crismales

Los pobres

Los pobres (ptochoi), dijo el Papa, son los que están doblados, como los mendigos que se inclinan para pedir. Pero también es pobre (ptochè) la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir. La unción de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez. Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que existe gente así, la escuchan los discípulos. Ella, la mujer generosa, ni se enteró de que “había salido en el Evangelio” —es decir, que su gesto sería publicado en el Evangelio—: el alegre anuncio de que sus acciones “pesan” en el Reino y valen más que todas las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos “de la puerta de al lado”.

Los ciegos

Los ciegos están representados por uno de los rostros más simpáticos del evangelio: el de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52), el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino.     ¡La unción de la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo.

Los oprimidos

Para nombrar a los oprimidos (tethrausmenous), señaló el Santo Padre, Lucas usa una expresión que contiene la palabra “trauma”. Ella basta para evocar la Parábola, quizás la preferida de Lucas, la del Buen Samaritano que unge con aceite y venda las heridas (traumata: Lc 10,34) del hombre que había sido molido a palos y estaba tirado al costado del camino. ¡La unción de la carne herida de Cristo! En esa unción está el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia.

Los cautivos son los prisioneros de guerra

Finalmente, están los cautivos son los prisioneros de guerra (aichmalotos), los que eran llevados a punta de lanza (aichmé). Jesús usará la expresión al referirse a la cautividad y deportación de Jerusalén, su ciudad amada (Lc 21,24). Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes.

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A pesar de la esterilidad que a veces marca nuestra existencia, Dios tiene paciencia y nos ofrece la posibilidad de cambiar y progresar en el camino del bien. Lo dijo el Papa este mediodía en su Ángelus dominical, al hablar de la misericordia de Dios y nuestra conversión, podemos confiar mucho en su misericordia, pero sin abusar de ella

Ciudad del Vaticano.- Tomando la parábola del Evangelio de hoy, que habla de la higuera estéril, el Papa afirma que el dueño de la higuera representa a Dios Padre y el viñador es la imagen de Jesús, mientras que la higuera es el símbolo de la humanidad indiferente y árida. Jesús intercede ante el Padre por la humanidad y le pide que espere y le dé más tiempo, para que en él broten los frutos del amor y de la justicia. Podemos confiar mucho en la misericordia de Dios, pero sin abusar de ella. No debemos justificar la pereza espiritual, dijo Francisco, sino aumentar nuestro compromiso de responder prontamente a esta misericordia con sinceridad de corazón.

“En el tiempo de Cuaresma, el Señor nos invita a la conversión. Cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por esta llamada, corrigiendo algo en su vida, en su manera de pensar, actuar y vivir las relaciones con el prójimo. Al mismo tiempo, debemos imitar la paciencia de Dios, que confía en la capacidad de todos para "levantarse" y reanudar su camino.  Dios es Padre y no apaga la llama débil, sino que acompaña y cuida a los débiles para que se fortalezcan y aporten su contribución de amor a la comunidad”.
El egoísmo de la humanidad contrasta con el amor del Viñador

Luego Francisco dijo en su alocución previa al Ángelus, que la higuera que el dueño de la parábola quiere erradicar representa una existencia estéril, incapaz de dar, de hacer el bien. Es el símbolo del que vive para sí mismo, lleno y tranquilo, tumbado en su propia comodidad, incapaz de volver los ojos y el corazón a los que están a su lado y que están en estado de sufrimiento, pobreza, incomodidad. Esta actitud de egoísmo y esterilidad espiritual contrasta con el gran amor del viñador por la higuera: tiene paciencia, sabe esperar, le dedica su tiempo y su trabajo. Prometió a su señor que cuidaría especialmente de ese árbol infeliz.

Esta semejanza manifiesta la misericordia de Dios, que nos deja un tiempo de conversión. A pesar de la esterilidad que a veces marca nuestra existencia, Dios tiene paciencia y nos ofrece la posibilidad de cambiar y progresar en el camino del bien. Pero el retraso implorado y concedido a la espera de que el árbol dé finalmente sus frutos indica también la urgencia de la conversión, añade el Papa y dijo:  El viñador dice al dueño: "Déjalo de nuevo este año". La posibilidad de conversión no es ilimitada; por lo tanto, es necesario aprovecharla inmediatamente; de lo contrario, se perdería para siempre.

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Durante el Ángelus del VI domingo del tiempo ordinario, el Pontífice reflexiona sobre las Bienaventuranzas de Jesús asegurando que Él nos alienta a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales sino a sanar la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia.

Ciudad del Vaticano.- “Las Bienaventuranzas de Jesús nos alientan a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo”. Es la enseñanza que ha expresado el Papa Francisco este domingo 17 de febrero, VI del tiempo ordinario, desde la ventana del Palacio Apostólico a la hora del rezo del Ángelus.

Reflexionando sobre el Evangelio del día según San Lucas, que presenta cuatro bienaventuranzas bajo la expresión “¡ay de ti!”, el Santo Padre asegura que en ellas “Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con fe”.

Sólo Dios puede dar a nuestra existencia la plenitud deseada

El ser humano siempre ha estado en la búsqueda constante de la felicidad y desde siempre, en el mundo, el tener más riquezas y un mayor poder, ha supuesto tener mayor bienestar. En contraste a este concepto, el Papa Francisco explica que la página del Evangelio de hoy “nos invita a reflexionar sobre el sentido profundo de tener fe”, que consiste – ha puntualizado – “en confiar totalmente en el Señor”: “Se trata de romper los ídolos mundanos para abrir nuestros corazones al Dios vivo y verdadero; sólo Él puede dar a nuestra existencia la plenitud tan deseada, pero difícil de alcanzar”. Además, Francisco ha advertido que incluso en nuestros días, “hay muchos que se proponen como dispensadores de felicidad: prometen éxito a corto plazo, grandes beneficios a la mano y soluciones mágicas a todos los problemas”; un peligro que puede llevarnos a caer en el pecado del primer mandamiento: “la idolatría, substituyendo a Dios por un ídolo” ha dicho el Santo Padre.

Jesús abre nuestros ojos a la realidad

Desde el Balcón del Palacio Apostólico el Papa también ha explicado que la razón de estas paradójicas bienaventuranzas está en el hecho de que “Dios está cerca de los que sufren e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús ve esto, ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa”. Y del mismo modo – continúa el Papa – “el "ay de ti", dirigido a los que hoy están bien, sirve para "despertarlos" del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras están a tiempo”.

Somos felices cuando nos ponemos del lado de Dios

Por último, el Pontífice ha subrayado que estamos llamados a la felicidad, pero sólo somos felices cuando nos ponemos del lado de Dios, de Su Reino y de lo que no es efímero sino que dura para la vida eterna: “Somos felices si nos reconocemos necesitados ante Dios y si, como Él y con Él, estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos”. Ante esto, el Papa recuerda que las Bienaventuranzas de Jesús son un “mensaje decisivo”, que nos alienta a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo, a los profesionales de la ilusión, sino que es El Señor quien nos ayuda “a abrir los ojos, a adquirir una mirada más penetrante de la realidad, a sanar de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia”.

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 Ciudad del Vaticano.- Fue la afirmación del Papa Francisco a la hora del Ángelus, explicando que el mundo necesita “personas que siguen el empuje del Espíritu Santo que los envía a anunciar esperanza y salvación a los pobres y excluidos; que siguen la lógica de la fe y no del milagro; dedicadas al servicio de todos, sin privilegios ni exclusiones”

En el domingo 3 de febrero, el IV del tiempo ordinario, el Papa Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para rezar el Ángelus junto a los fieles presentes en la Plaza de san Pedro, exactamente una hora antes de partir hacia su 27º Viaje Apostólico Internacional, esta vez con destino a los Emiratos Árabes Unidos.

Antes de reflexionar sobre el Evangelio del día, Lucas 4, 21-30, que presenta el relato de Jesús en la Sinagoga, recordó a los presentes que este episodio es la continuación del Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús lee el pasaje del profeta Isaías revelando que sus palabras se cumplen en Él, y presentándose como Aquel en quien se ha depositado el Espíritu del Señor.

«El Evangelio de hoy – dijo el Papa - es la continuación de este relato y nos muestra el asombro de sus conciudadanos al ver que uno de sus compatriotas, “el hijo de José” pretende ser el Cristo, el enviado del Padre».

La lógica de Jesús es la lógica de Dios

El Pontífice explicó que Jesús, con su capacidad de penetrar en las mentes y los corazones, comprendió “inmediatamente” lo que pensaban sus conciudadanos. A saber, que “siendo uno de ellos”, debía “demostrar” esta extraña “pretensión” haciendo milagros en Nazaret, como lo hizo en Cafarnaún:

«Pero Jesús no quiere y no puede aceptar esta lógica, porque no corresponde al plan de Dios: Dios quiere la fe, ellos quieren los milagros, las señales; Dios quiere salvar a todos, y ellos quieren un Mesías para su propia ventaja. Y para explicar la lógica de Dios, Jesús trae el ejemplo de dos grandes profetas antiguos: Elías y Eliseo, a quienes Dios había enviado para sanar y salvar a personas no judías, de otros pueblos, pero que habían confiado en su palabra».
El ministerio de Jesús comienza con un rechazo

Crisis humanitaria en Yemen: apremiante llamamiento del Papa

El Papa siguió narrando que ante la invitación de Cristo a abrir sus corazones “a la gratuidad y universalidad de la salvación” los ciudadanos de Nazaret se rebelaron, y asumieron inclusive una actitud agresiva, hasta el punto de que empujarlo fuera de la ciudad hasta un lugar escarpado, “con intención de despeñarlo”.  "La admiración del primer instante se transformó en una agresión, una rebelión en contra de Él", dijo. Y así subrayó que este Evangelio nos muestra que el ministerio público de Jesús comienza con un rechazo y una amenaza de muerte, paradójicamente precisamente por parte de sus conciudadanos. Pero Jesús, que “sabe bien que debe afrontar el cansancio, el rechazo, la persecución y la derrota”, no se desanimó,  ni detuvo el camino y la fecundidad de su acción profética:

«Él continuó su camino, confiando en el amor del Padre».

Se trata de un precio que, según Francisco, “ayer como hoy, la auténtica profecía está llamada a pagar”.

Mundo necesita personas que siguen empuje del Espíritu

La conclusión del Papa fue la afirmación de que también hoy “el mundo necesita ver en los discípulos del Señor, profetas”, es decir, “personas valientes y perseverantes en la respuesta a la vocación cristiana”:

«Personas que siguen el empuje del Espíritu Santo, que los envía a anunciar esperanza y salvación a los pobres y excluidos; personas que siguen la lógica de la fe y no del milagro; personas dedicadas al servicio de todos, sin privilegios ni exclusiones. En pocas palabras: personas que se abren a acoger en sí mismas la voluntad del Padre y se comprometen a testimoniarla fielmente a los demás».

«Oremos a María Santísima, - finalizó Francisco - para que podamos crecer y caminar en el mismo celo apostólico por el Reino de Dios que animó la misión de Jesús. Ángelus domini…»

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A la hora del Ángelus, en la solemnidad del Bautismo del Señor, el Santo Padre invita a regenerar en la oración “la Evangelización y el Apostolado”, para hacer un claro testimonio cristiano, no de acuerdo con nuestros proyectos humanos, sino con el plan de Dios.

Ciudad del Vaticano.- A las 12 del mediodía del 13 de enero de 2019, día en el que la Iglesia Católica celebra la Fiesta del Bautismo del Señor, con la plaza de San Pedro en el Vaticano repleta de fieles, el Papa Francisco recitó la oración mariana del Ángelus asegurando que esta fiesta es “una ocasión propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de nuestro Bautismo, comprometiéndonos a vivir diariamente en armonía con él”.

Hoy, día en el que finaliza el tiempo litúrgico de Navidad, “la liturgia nos llama a conocer más plenamente a Jesús, de quien recién hemos celebrado el nacimiento” expresó el Papa ante los fieles y aseguró que por esta razón el Evangelio de Lucas de hoy “ilustra dos elementos importantes: la relación de Jesús con la gente y la relación de Jesús con el Padre”.

Jesús se sumerge entre la multitud manifestando la lógica de su misión

Narrando la historia del bautismo, que fue otorgada por Juan el Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, el Papa Francisco pide prestar atención al papel del pueblo, el cual – asegura - “no es solo un fondo de la escena, sino un componente esencial del evento” porque Jesús, antes de sumergirse en el agua, "se sumerge" en la multitud, se une a ella y asume plenamente la condición humana, compartiendo todo excepto el pecado. Un gesto con el que Jesús “manifiesta la lógica y el significado de su misión” asegura Francisco y que lleva a que hoy también sea “una Epifanía”. 

Además, el Papa puntualiza que el Espíritu Santo que desciende sobre Él en forma corporal, como una paloma “es la señal de que con Jesús comienza un nuevo mundo”, “una nueva creación que incluye a todos los que acogen a Cristo en su vida”. Y este amor del Padre – dice el Papa – que recibimos el día de nuestro bautismo, “es una llama que ha sido encendida en nuestros corazones y requiere que seamos alimentados por la oración y la caridad”.

Jesús se sumerge en comunión con el Padre para manifestar su bondad y amor por los hombres

El Santo Padre explica también el segundo elemento enfatizado por el evangelista Lucas, en el que Jesús ya bautizado, se "sumerge" a sí mismo en la oración y por tanto en comunión con el Padre. “El bautismo es el comienzo de la vida pública de Jesús” afirma el Papa, y de su misión en el mundo “como un enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres”. Y además, añade – “esta misión se realiza en una unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo”.

Tenemos como misión regenerar nuestra oración de acuerdo al plan de Dios

En este sentido, Francisco asegura que la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros de ser fieles y fructíferos, está llamada a "injertarse" en la de Jesús, “regenerando continuamente en la oración la Evangelización y el Apostolado, para hacer un claro testimonio cristiano, no de acuerdo con nuestros proyectos humanos, sino de acuerdo con el plan y el estilo de Dios”.

El bautismo son nuestras raíces de la vida con Dios

Después de estas palabras y de recitar la oración mariana del Ángelus, el Pontífice volvió a insistir en su invitación de ”mantener vivo y actualizado el recuerdo del bautismo”, pues es ahí donde están “las raíces de nuestra vida en Dios; las raíces de nuestra vida eterna, que Jesucristo nos dio con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección” y pidió invocar “más a menudo” al Espíritu Santo “para vivir las cosas comunes con amor, y así hacerlas extraordinarias”.

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