Sábado, 28 Octubre 2023 18:05

Superar la situación actual

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Ante todo, son las personas con sus actitudes quienes tienen que cambiar, y esto demanda una renovación: la de hacer familia y ser hogar”.

    Cuesta concebir, después del camino recorrido hasta ahora, que no tengamos aún aprendida la lección de relaciones y vínculos. Para ningún ser humano es saludable esta atmósfera tenebrosa, con su ciclo de venganzas y de derramamiento de sangre. Sea como fuere, hemos de tener claro, que no podemos continuar en conflicto permanente, dominados por la competición y los antagonismos, con las mayores esclavitudes jamás sufridas o con la siembra de castigos colectivos que son crímenes de guerra, al igual que la toma de rehenes. Me quedo con lo que dijo Remas, un niño de doce años a UNICEF: “Por supuesto que tenemos miedo. Somos niños. ¿Qué culpa tenemos? Nos obligaron a venir a refugios, donde no hay agua, ni comida, ni colchones. Tenemos que dormir en el piso frio”. ¡Cuánta verdad en sus palabras! Habla el corazón y debiéramos repensar estos escenarios. Que  no gobierne la ley del más fuerte, que la parte dominante deje de ser dominadora; y se ponga a servir otros abecedarios más del espíritu que del cuerpo, porque lo armónico tampoco germina de la injusticia social. Además, suprimamos fronteras, abandonemos frentes.

    Hay que cultivar la cultura del abrazo leal, con la mano extendida y en guardia fijamente, si en verdad queremos aminorar la multitud de tensiones mundiales que nos asolan cada amanecer, por cualquier rincón del planeta. A poco que nos adentremos en los enlaces humanitarios, y surquemos el nido como estirpe compasiva, ordenaremos las diferencias y la concordia comenzará a sonreír por todos los caminos. Dejemos la polarización Norte-Sur y Este-Oeste, y activemos el espíritu fraternal como lenguaje, en vez de las confrontaciones, que lo único que originan son calvarios y muertes. Ojalá aprendamos a querernos con el alma, algo tan esencial y básico que tampoco hemos aprendido a llevarlo a la práctica entre análogos. No existe ser humano que no se sienta aliviado cuando reina en su interior la quietud. Expandamos, pues, las saludables vibraciones de la conciliación entre nosotros. Comencemos por nuestro propio hábitat más cercano. Ante todo, son las personas con sus actitudes quienes tienen que cambiar, y esto demanda una renovación: la de hacer familia y ser hogar.

    Está claro que para reconstruirnos como humanidad, hemos de tomar otros caminos más auténticos, despojados de ideologías o de sistemas económicos interesados. La visión y la mentalidad de este momento, cuajada de políticas contaminantes, donde impera la codicia del poder en lugar de la capacidad de servicio a los demás,  tenemos que transformarla, por un aire más acorde socialmente, de bienestar y realización plena, con una apertura a compartir y a colaborar con todos, en un desvelo de mutua confianza. El diálogo sincero ayuda a conseguir este objetivo, no cabe duda. Encerrarnos en nuestras miserias, por puro egoísmo, tiene muy mal talante. Precisamente, ahora que estamos en la nueva era tecnológica, podemos hacerlo con una contemplación global responsable, desde la predicción y la respuesta a las diversas crisis, hasta el despliegue de servicios. Los robots de construcción eficientes, por ejemplo, podrían ayudarnos a preparar otros entornos más ecológicos y seguros. También las distintas plataformas digitales pueden acercarnos, siempre que se aprovechen de forma cabal y sean accesibles para todos.

    Constantemente se ha dicho, “que hablando se entiende la gente”; pues sí, el justo camino para un linaje mundializado, nos exige que reine la alianza y la justicia sin fronteras entre todos los municipios y continentes. La invocación a mostrarse de acuerdo, con la unidad de la rama benigna, es fundamental para nuestro innato compromiso sistémico. Esto debe hacernos reflexionar, comenzando por reencontrarnos a nosotros mismos. Hallados entre sí, se sustituirán las intranquilidades del pasado por los lazos del acuerdo. Indudablemente, cuando uno aprende a reprenderse a sí mismo, también se ejercita en el respeto hacia todo ser humano, considerando los auténticos valores y las culturas de sus semejantes, valorando la legítima autonomía y la autodeterminación del otro, mirando más allá de nosotros mismos para atender y entender lo bueno de unirse y reunirse, contribuyendo de este modo a construir espacios habitables, tanto en ciudades como en el ámbito rural, a través de iniciativas de poblados gemelos o redes de vecindad. Lo sustancial es crear nexos y no separaciones. Al fin y al cabo, nos necesitamos juntos y en paz.

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS

•    Pablo Torres Parés, docente mexicano con más de 45 años de trayectoria, lanzó El Arte de Educar, obra que plasma la metodología integradora de la educación musical, denominada Pedagogía Trascendente.

Ciudad de México, a 17 de mayo de 2021. - Para establecer un marco teórico y empírico de la educación y la música en la infancia, Pablo Torres Parés, experto en investigación educativa, educador y maestro de música por más de cuatro décadas, presentó “El Arte de Educar”, un libro dedicado a proponer una metodología para la educación integral a través de la música, denominada Pedagogía Trascendente.

De acuerdo con la Unicef, la importancia de la música para la niñez aporta múltiples beneficios en la educación integral del individuo, entre los que destacan el desarrollo cognitivo, la construcción de redes neuronales en distintas áreas del cerebro, el incremento en las capacidades del lenguaje y del pensamiento matemático, la socialización, la disminución de la ansiedad y la violencia, entre otros atributos.

Con la experiencia en la docencia, Torres Parés destacó que “la publicación es un reconocimiento de la música como un motor transformador en la educación y desarrollo de la infancia. Su objetivo es reivindicar el poder del aprendizaje musical como una fuente inagotable de construcción del conocimiento, la autoestima y la riqueza cultural de la infancia y de los maestros; así como de la implementación de técnicas y procesos en favor de las capacidades humanas para aportar valor a una gran revolución musical que se espera del siglo XXI”.

Asimismo, el también musicoterapeuta concluyó que “el fortalecimiento de las redes magisteriales y la sociedad civil permitirán participar activamente en el aumento de la conciencia sobre el poder educativo de la música y su oportunidad para las nuevas generaciones. Donde se aspira a colocar a los valores humanos y culturales en el centro de la educación integradora”.

En el marco del Día del Maestro, la obra que ofrece un nuevo paradigma educativo está dirigida al educador, educador musical, pedagogo, psicólogo, entre otros profesionales de la academia.

El libro está disponible en formato digital con un costo de $280 pesos M.N. o bien $15 dólares estadounidenses. Los interesados podrán adquirirlo a través de una solicitud al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. o bien al teléfono +5255 1415 3617.

Publicado en NIÑOS

• El Día Mundial de la Alimentación promueve un  mundo libre de hambre, desnutrición y pobreza.

Ciudad de México, a 14 de octubre de 2020.- De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en 30 años se espera que la población mundial sea 34% superior a la de hoy en día y para garantizar la seguridad alimentaria a nivel global, uno de los principales retos que tienen los países es incrementar su producción de alimentos sanos y seguros en un 70% para el año 2050 .

En 1979, la FAO instauró el 16 de octubre como el Día Mundial de la Alimentación, con la finalidad de dar a conocer los problemas globales relacionados con la nutrición y el hambre y concientizar a los países principalmente desarrollados a proporcionar los recursos necesarios para erradicar el hambre y la desnutrición. También, ha señalado que sus acciones están encaminadas con el firme compromiso de lograr este objetivo para 2030 .

Indica que en el mundo hay más de 2 mil millones de adultos y casi 380 millones de niños y adolescentes con sobrepeso, debido a que los actuales sistemas alimentarios no logran garantizar la seguridad alimentaria para todos y no proporcionan dietas saludables, al tiempo que contribuyen a la degradación del medio ambiente.  Tan solo en nuestro país, 1 de cada 20 niñas y niños menores de 5 años y 1 de cada 3 entre los 6 y 19 años padece sobrepeso u obesidad, según datos de El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés) .

En ese sentido, los actores involucrados en el sector agroalimentario en México, dirigen sus esfuerzos para garantizar el abasto nacional de las especies de producción pecuaria, acuícola y avícola y proveer proteína animal de calidad en las mesas mexicanas. Para lograrlo, la industria de alimentos balanceados para animales juega un papel fundamental.

Genaro Bernal, Director General del Consejo Nacional de Fabricantes de Alimentos Balanceados y de la Nutrición Animal, A.C. (CONAFAB), afirma que “el alimento balanceado representa hasta un 70% de la cadena de valor de la producción de cerdos, pollos, bovinos o peces, e impacta de manera directa en la alimentación de nuestra población”, por lo tanto, enfatiza que esta industria es actor que contribuye en gran parte en lograr la seguridad alimentaria.

En ese contexto, procurar el bienestar de los animales de producción, implica cuidar que tengan una buena nutrición para reducir la diseminación de enfermedades; además, los animales bien nutridos producen carne, leche y huevo de calidad, inocuos y sobre todo nutritivos. Una producción de proteína animal más intensiva y eficiente también depende de buenas prácticas de gestión que además incluyan el cuidado de la salud de los animales y el desarrollo de razas bien adaptadas a los entornos específicos de producción.

La industria invierte en la investigación y desarrollo de alimentos inocuos permite que las granjas garanticen la inocuidad alimentaria, reduzcan los costos de producción y mantengan o aumenten la calidad y la consistencia del alimento.

De acuerdo con datos de CONAFAB, en el mundo se producen actualmente más de 1.1 millones de toneladas de alimento balanceado para animales y México se sitúa con la sexta posición mundial con una producción anual de casi 38 millones de toneladas, lo cual ha contribuido a que el consumo per cápita nacional de pollo, huevo y carne de cerdo continúe en aumento y el de carne de bovino mantenga su nivel.  

Por su parte, la Secretaria de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), trabaja comprometida de la mano junto de productores en nuestro país por y para el campo mexicano, con el objetivo de producir alimentos variados y con valor agregado de la más alta calidad para que todos podamos consumirlos y disfrutarlos, para así lograr una alimentación balanceada y que al mismo tiempo impulse un desarrollo en la economía rural y  de los productores del campo.

Desde las semillas para la producción de granos forrajeros como maíz, sorgo, trigo, avena y cebada, los productores agrícolas, los fabricantes de alimentos balanceados y nutrientes tales como vitaminas, minerales, aminoácidos y antioxidantes, ganaderos, acuacultores, empacadores, distribuidores y puntos de venta, todos juegan funciones estratégicas para asegurar una adecuada alimentación en los mexicanos.

****

Acerca de CONAFAB:

El Consejo Nacional de Fabricantes de Alimentos Balanceados y de la Nutrición Animal, A.C. (Conafab) es un organismo que representa a empresas nacionales e internacionales que invierten en la investigación y desarrollo de alimentos inocuos que contribuyan a la seguridad alimentaria. Para mayor información visite: www.conafab.org Twitter: @Conafab

Publicado en FINANZAS
Jueves, 02 Enero 2020 10:05

Tejiendo sueños

Artículo | Algo Más Que Palabras

“¡Qué mejor sueño que activar el amor al indefenso!”.
  
    Toda vida se rodea de sueños, abrazados por el entusiasmo de tejerlos. Soñar es importante. Desde luego que sí. Necesitamos crecer y recrearnos con ellos. Su sigiloso abecedario nos mantiene en vivo, en sintonía con esa poética mirada por la que traspasamos sensaciones en cada instante, porque la misma existencia de cada cual es un andar del alma, que no puede adormecerse, sino realizarse como constructor de nuevos horizontes más fraternos y pacíficos. ¿Qué es soñar sino buscar sosiego y enhebrar inquietudes? A propósito, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), nos recuerda que la estimación de los 392.000 bebés nacidos el primero de enero en el planeta, aún no tienen la supervivencia garantizada. ¡Qué mejor sueño que activar el amor al indefenso!

Ciertamente el futuro nos pertenece a todos y, sin duda, tenemos que propiciar otras atmósferas más protectoras, pues si en efecto cada vida por si misma cuenta, ofrezcamos una asistencia sanitaria asequible, una alimentación apropiada, además de la garantía del consumo de agua potable. Desde luego, los gobiernos han de garantizar que todas las madres y los recién nacidos reciban la atención adecuada para prevenir y tratar las posibles complicaciones que puedan surgir durante el embarazo, el parto y el nacimiento. Este sueño es básico. De lo contrario, truncaremos anhelos tan vitales como nuestra propia continuidad del linaje. Por desgracia, tampoco los países ricos tienen buenas políticas familiares, capaces de fortalecer vínculos entre progenitores y descendientes, aspiración fundamental para el desarrollo de sociedades socialmente hermanadas. 

    Justamente, hay sueños que son trascendentes, imposible de comprarlos en mercado alguno, que surgen al levantar la vista al cielo y unirnos al mensaje luminoso de las estrellas. Tenemos que salir de este espíritu mundano. No hay que gozarse con mirar únicamente lo terrenal. Necesitamos otras metas menos poderosas pero más poéticas. No se pueden tampoco perder de vista las ilusiones inherentes a cada amanecer, que no son otras que las de vivir desvivido por vivir. Quizás tengamos que ordenar también nuestros pensamientos, para encontrarnos sencillamente con ese niño, al que hemos de volver cada despertar. El deseo de hallarse libre no es fácil en este mundo de tantas esclavitudes. Suelen impedirnos descubrir la ternura y el amor hacia nosotros mismos. No tengamos miedo a ponernos en camino, a caer de rodillas y enmendarnos, a ofrecer lo que nos ha sido donado, un viaje hacia sí con los demás.

    El cultivo de este proyecto viviente, donde cada cual es un corazón andante; sin duda, es el más níveo de los sueños, requiere que lo cultivemos con transparencia, autenticidad y cierto ingenio; como hacen los verdaderos poetas con sus versos, o el pintor con sus pinceles, o el arquitecto con sus diseños. Puede que tengamos que extremar la guardia como aquellos inolvidables magos de Oriente, dispuestos a despojarse de sus valiosos bienes y repensar sobre otros espacios más de todos y para todos, más celestiales que terráqueos. No olvidemos que existimos por amor, y por ende, es nuestra razón de ser y de cohabitar en la creación. Consideremos lo que decían nuestros antecesores, aquellos amantes de la palabra, al comparar a Jesús (el niño Dios) con un nuevo sol, unido a nosotros para darnos respiro y orientarnos hacia el camino de lo armónico.

    Sea como fuere, somos herederos del sueño de nuestros ascendientes. Verdaderamente son estas soñadoras liturgias las que nos encienden por dentro. Es, precisamente, este soplo solidario el que nos sustenta, ilumina e inspira en el verso que soy; o si quieren, en el sueño por el que nos movemos. Al ser gente de tránsito y, como tales, obramos; hemos de transitar, mejorando nuestras andanzas con el aliento y el alimento de los ensueños. No pasemos día, por falta de tiempo, sin avivar la visión de encontrarse; pues, habiendo soñado mucho, señal de que se ha vivido más. Recuerdo lo que decía el inolvidable escritor Paulo Coelho, “que la posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante”; y, en verdad, que así es. En ocasiones, nosotros mismos nos dejamos sorprender por nuestros propios hechos, por esa innata sabiduría, que surge a veces de ese hálito libre, brotado de la humilde creatividad vivencial, nacida del propio corazón.

Por eso, florece vivamente el despojarse de toda hipocresía, apuntar alto y no rendirse jamás. En consecuencia, hemos de perseguir los sueños, alzar vuelos y avivar el camino, como lo hicieron aquellos Magos de Oriente, superando cualquier contrariedad de culto al poder, que francamente esto es lo que nos mata de tristeza. Ellos lo hicieron postrándose ante el pequeño, ante el pobre, ante el indefenso, y fue entonces, cuando descubrieron la eternidad del amor y el albor que nos embellece. Ojalá, nosotros en este tiempo de tantas injusticias, sepamos encauzar el sueño de coexistir, siempre abiertos a la novedad, sin obviar que cada biografía viviente tiene su propio terreno a explorar. No le cortemos jamás sus deseos. La desilusión nos destroza como seres pensantes. Tener savia, nos exige del coraje de anidar, aún corriendo el riesgo de morirse mañana, pero siempre con las botas del sueño puestas. En cualquier caso, ¡póngase el estimulante vital de la esperanza!, nunca lo olvide.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Domingo, 03 Marzo 2019 13:14

Angustias Sociales

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Nada somos por sí mismo, todos estamos interconectados; y es, este poder colectivo humanitario, el que nos salva o nos destruye”.
  
    Mientras el tiempo fluye inevitablemente, el carácter transitorio de nuestra condición humana va tomando posiciones, pero la fuerza vivificante de los amaneceres nos invita a renacer y a reinventarnos cada día. Está visto que por muchas miserias humanas que aglutinemos, el itinerario de la esperanza jamás desfallece en nuestros corazones, pues por muy grande que sea la incertidumbre global, siempre hay caminos que nos alientan a seguir luchando y viviendo.

Ciertamente, en muchos rincones del mundo es fuerte la angustia social, porque las desigualdades continúan siendo un desafío y las injusticias son una realidad que prosiguen ahí, pero nuestro espíritu más pronto que tarde sentirá la responsabilidad de avanzar en otra dirección, hacia metas más confluentes de luz, a través de ese entrenamiento místico de conciliación y generosa entrega. Sea como fuere, necesitamos abrirnos a la escucha, redescubrirnos interiormente, ilusionarnos para poder transformar esas políticas de cohesión en contextos que nos fraternicen. Nada somos por sí mismo, todos estamos interconectados; y es, este poder colectivo humanitario, el que nos salva o nos destruye. Entonces, no sólo tenemos que hacernos más responsables, también más solidarios para ayudarnos unos a otros. Esta es la cuestión prioritaria, toda existencia individual va a estar determinada por esa influencia humanística, de manera que a un ser humano solo le puede proteger, amparar y acoger, su propio análogo.

El progreso, por tanto, está en nosotros; en querer sumar esfuerzos conjuntos, en tener voluntad armónica para hacer unidad, pues tan importante como el pan de cada día es sentirse querido y encontrar una respuesta tranquilizadora a tanto corazón quebrantado y humillado. A propósito, me quedo con ese mensaje de Meritxell, que después de tres años en un país bicontinental situado en Oriente Próximo y en África, se incorpora en unos meses a la oficina de UNICEF en Ginebra como subdirectora de programas de emergencia de la citada organización. En un tuit de despedida escribió algo que sinceramente me conmovió, que se marcha “triste, porque no he visto la paz”, pero “optimista” porque cree “que los que están en el poder serán lo suficientemente inteligentes para dejar de luchar y empezar a pensar en los inocentes de la República de Yemen”.

En efecto, cada instante es favorable al cambio y cada día es un recomenzar de nuevo, desde los  pequeños gestos, dejándonos iluminar por esa auténtica comunión íntima que todos llevamos consigo a través de nuestra innata conciencia. Pueden ser muchas las angustias sociales, algunas encerradas en nosotros mismos, en nuestro egoísmo personal, pero si nos abrimos a la necesidad de nuestros semejantes, seguro que mejoramos nuestra personal historia de caminantes, que buscan ser acompañados. Al fin y al cabo, sólo las relaciones afectivas nos dan sentido y nos hacen grandes, puesto que estamos predestinados a ser una gran familia para poder sostenernos y sustentarnos a ese acontecer de subsistencia.

    Por desgracia, presenciamos unos andares que no dejan paso a la tranquilidad; unas veces porque se ocultan guerras comerciales entre potencias mundiales, en otras ocasiones porque la mala alimentación amenaza la salud mientras se tira un tercio de los alimentos y algunos niños, según advierte UNICEF, expresan miedo a la violencia y a separarse de sus familias, porque también sus propios progenitores migrantes sufren discriminación, impunidad y marginación. Por todo ello, lo que se nos exige es otro espíritu más pacificador que nos permita trabajar unidos para alcanzar consensos en temas fundamentales para el futuro de la especie humana. De lo contrario, las mismas angustias sociales que nos acorralan, la pérdida del sentido de la vida y de la convivencia, crecerán hasta dejarnos sin aire, en parte motivada por esa ausencia de identidad humanística, cuando en verdad todo se puede resolver a través del diálogo y de la acción colectiva.

Frecuentemente también se nos impide tomar contacto directo con la inquietud, con la alegría del otro e incluso con el dolor del semejante. Quizás nos falte, por consiguiente, activar una más profunda y auténtica relación interpersonal. El aislamiento es lo más dañino para cualquier ser humano. En cualquier caso, nunca es tarde para desarrollar la capacidad de salir de si hacia el mundo para contribuir a hacer a alianzas universales, con lo que esto conlleva de revolución y renovación en nuestra forma de pensar, sentir y vivir.
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Domingo, 10 Febrero 2019 12:30

Dejemos los campos de batalla

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Al igual que para alcanzar la paz se requiere de un trabajo decente, no de cualquier trabajo, donde impere la justicia social, la inclusión, el desarrollo económico y la realización personal, también para aminorar tensiones hace falta otro ánimo más solidario y sensible, actitud indispensable y esperanzadora para el correcto funcionamiento de una vida serena que todos, absolutamente todo el colectivo humano por mera dignidad, nos merecemos. En esto, sin lugar a dudas, la colaboración entre instituciones y continentes es esencial. Bien es verdad, que hacen falta otras políticas menos interesadas, más universales y no tan partidistas, el ejemplo lo tenemos en la cooperación entre las Naciones Unidas y la Unión Africana, con los notables progresos que está experimentando dicho territorio, especialmente en el ámbito de la resolución de conflictos y en el de la prevención. También es menester no falsificar la verdad, para poder ver la realidad tal y como es, pues sólo así se puede ir al fondo del problema y subsanarlo. En cualquier caso, tampoco podemos normalizar contextos sociales violentos, cuando todo está interrelacionado y corremos el riesgo de endiosarnos de esa energía que todo lo corrompe, ampliando las desigualdades y las incertidumbres como jamás.

    A mi juicio, no existe una mejor prueba de avance para una especie pensante, que la del progreso armónico, cuestión que se consigue con la cooperación entre todos. Dejemos los campos de batalla. No tienen sentido. Lo importante es alentar los movimientos armónicos entre culturas, propiciar espacios de entendimiento, de respeto natural entre toda la ciudadanía. Lo ideal es que podamos tener idénticas posibilidades de actuación, cuestión que no es nada fácil en un mundo tan dividido como cruel, en el que tan solo una tercera parte de los niños recibe protección social, según la OIT y UNICEF; además, de proliferar la búsqueda de intereses individuales a expensas de todos. Quizás la contienda más trascendente la tengamos con nosotros mismos. Sea como fuere, tenemos que cambiar modos y maneras de ser, tomar otras visiones más humanísticas para encauzar nuevas cercanías, repensar otros horizontes más acordes con la concordia y no con el empeño de venganza. Las guerras, ya en su tiempo lo decía el inolvidable filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900, que volvía estúpido al vencedor y rencoroso al vencido. Ciertamente, así es, el mundo entero hoy tiene sed de justicia y paz, necesita sentirse libre para ser constructores de otros lenguajes del corazón, y no de esta atrofiante mundanidad que nos ahoga, desfigura y deshumaniza, nuestro propio espíritu humano.

    Ojalá aprendamos a mirar la época de las grandes batallas mundiales y a sacar conclusiones al respecto. Seguramente, entonces, aprenderemos a mirar al futuro a través de otras relaciones más pacifistas, de amistad entre los pueblos, de hermanamiento entre naciones y continentes. El que la Unión Europea impulse la cooperación regional con veinticinco países africanos, aparte de ser un signo de esperanza, es también un nexo de unión para superar los crecientes desafíos, como el aumento de la población, los efectos adversos del cambio climático, la gobernabilidad débil y los efectos desestabilizadores de la delincuencia internacional. Por otra parte, hoy más que nunca se demanda una independencia judicial, para que no permanezcan impunes aquellos líderes que  niegan los derechos, la dignidad y la libertad de la persona. En algunas naciones, aún el sistema de tutela, sigue dando a los hombres el control sobre las vidas de las mujeres. Asimismo, mientras los mercenarios representan un peligro para la paz en el mundo y se mueven a su antojo, los cooperantes que auxilian, muchas veces exponiendo sus vidas desinteresadamente, también sufren represalias por parte de algunas autoridades. De ahí, lo fundamental de hacer justicia a la víctima, no de ajusticiar al agresor, ya que un ojo o un diente roto no se remedia rompiendo otro, sino haciendo ver al culpable las consecuencias de su acto. En consecuencia, no se trata de ser más duros, de endurecer las penas; sino de ser más humanos (hermanos), reinsertando a nuestro propio análogo de su estado salvaje.

    Por consiguiente, la humanidad por si misma ha de tender a corregirse, a mejorar y a reeducarse. En el fondo, toda vida por muy edénica que nos parezca, necesita replantearse su existencia a lo largo del camino en sucesivas ocasiones, recomenzar con otras inquietudes y no dejarse aplastar por el peso de sus miserias. Desde luego, para prevenir este azote existencial, no es suficiente con tener leyes justas, es necesario activar educativamente la enseñanza en la ética, para hacer adultos responsables, capaces de encauzar sus pasos, que han de ser genuinamente tan reconciliadores como rehabilitadores. Lo transcendente es doblegar al enemigo sin batallar, hasta volverlo ciudadano de alma y vida. Por ello, que sea el amor nuestro estado normal de cohabitar y el amar nuestro modo de vivir. No olvidemos que querer es poder; y, a pesar de los pesares, comprender.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Domingo, 03 Febrero 2019 20:14

Del desánimo reinante al ánimo inherente

Artículo | Algo Más Que Palabras

“La norma más singular, primera y esencial a toda vida humana, radica en buscar sosiego; y, por ello, hay que poner voluntad en lograrlo”.

    Ha llegado el momento de activar los acuerdos para una mayor quietud en el planeta. La tierra no puede ser un campo de batalla entre sus moradores. Tampoco podemos caer en el desánimo. Estamos llamados a propiciar un estado de ánimo positivo, que es lo que nos embellece como individuos. Desde luego, nos merecemos otros caminos más auténticos, más de concordia entre los linajes, que nos hagan reconocernos en esa atmósfera armónica de unión y unidad, que es lo que verdaderamente hace que avancemos como ciudadanía con plenos e iguales derechos. En consecuencia, actitudes recientes como la del Gobierno centroafricano que, con el apoyo de las Naciones Unidas, alcanzase un acuerdo con más de una decena de grupos armados para terminar con las hostilidades que han sumido al país en la violencia desde 2013, cuando menos es una esperanzadora noticia, un referente a imitar. Hablando, hemos de entendernos siempre. Pensemos que la norma más singular, primera y esencial a toda vida humana, radica en buscar sosiego; y, por ello, hay que poner voluntad en lograrlo.

Bajo ese afán de diálogo, en el que el coraje o el ánimo actúan siempre, el raciocinio como espíritu es fundamental. Asimismo, la pujanza del carácter y de los sentimientos ha de ayudar a que la razón alcance un conocimiento más edénico, y así poder ser un agente esclarecedor. Sin duda, nos hace falta tomar otro rumbo más equitativo y humano. Alejémonos de toda distracción que nos adoctrine. La libertad es para vivirla. Por ejemplo, las personas corruptas carecen de nervio para reaccionar, están vendidos a ese putrefacto orbe. No caigamos en el desaliento entonces. Pongámonos a cambiar esa cruel realidad. Numerosa gente sufre y es víctima de las mayores tropelías de deshumanización. Son muchas las contiendas inútiles, cuantioso el odio sembrado, multitud las venganzas vertidas. Quizás el mundo sea gemido y lucha, pero también debe ser euforia por el cambio, anhelo y entusiasmo por mejorar la existencia de todos y de cada uno en particular.

Por tanto, en medio de tantos signos de desconsuelo, de injusticias, necesitamos tender la mano al que lo necesita; pero, de igual modo, también se requiere de otras disposiciones más comprensivas, que nos faciliten la convivencia, haciéndonos más humanitarios y cooperantes para emprender otros andares más inclusivos, a través del auténtico abrazo de la reconciliación y el desarrollo. Por cierto, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, 2,9 millones de seres humanos, más de la mitad niños, necesitarán asistencia humanitaria y de protección en el país africano durante 2019. Casi nada. Son cifras que llevan implícitas latidos del alma. Se trata de más del 63% de la población total.

También como reconoce Naciones Unidas, cada vez más niños son privados de la educación porque las escuelas son atacadas, destruidas, dañadas u ocupadas o porque los niños y sus familias tienen miedo de asistir a clases por los riesgos a los que pueden estar expuestos en la carretera o en el propio centro educativo, como el secuestro, el reclutamiento o la violencia sexual por las partes en conflicto. Esta situación es muy grave, gravísima, puesto que es nuestra responsabilidad mitigar o reducir la vulnerabilidad de los niños ante esta grave violación. Indudablemente, hacen falta mortales de ánimo gozoso para que nos hagan la vida más llevadera; un intelecto triste, todo lo marchita a su paso. Me quedo con lo que hace unos días dijo el Papa Francisco, al recomendar a los participantes de una orden hospitalaria, que bien puede hacerse extensiva a todos, la creación de redes “samaritanas” en favor de los más débiles, con atención particular a los enfermos pobres, y – en este sentido afirmaba- “que nuestros hogares sean siempre comunidades abiertas y acogedoras para globalizar una solidaridad compasiva”.

En efecto, quien amasa estas ilusiones que fraternizan suelen vivir de otro modo, para empezar con un crecimiento más interno, más de entrega, más de colaborar en esa integración que todos nos merecemos. En este sentido, hay que alegrarse de los programas de reincorporación sostenibles, financiados de manera segura para los niños que anteriormente estaban asociados con fuerzas y grupos armados, resaltando la creación de una Coalición Mundial para la Reintegración, copresidida por UNICEF, lanzada en septiembre de 2018. Al fin y al cabo, si en verdad queremos asegurar su protección y una transformación en el mundo, es primordial romper los ciclos de violencia y prevenir futuros conflictos. La paz llegará cuando la justicia nos alcance a todos para defender la vida y abrazar la autenticidad de lo que hemos de ser: Amor, ¡sólo amor!

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 13 Septiembre 2017 16:43

Promover vías de entendimiento

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    No tenemos corazón. Somos como piedras sobre el horizonte de los días. Cuesta creerlo, pero es así, coexistimos en ocasiones siendo el peor enemigo de nosotros mismos. A los hechos me remito: El 77% de los menores migrantes o refugiados que emprenden la ruta del Mediterráneo central fueron víctimas de abuso, explotación o sufrieron prácticas equiparables a la trata de personas, según un informe conjunto del Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), divulgado recientemente. Hacer espacio para nuestros análogos requiere de valor y perseverancia; pero, sobre todo, lo que no podemos y no debemos hacer es permanecer sin hacer nada, permitiendo que las tragedias y los comercios de vidas humanas pasen desapercibidas. Quizás nuestro primer paso sea sentir el dolor de los demás como algo propio, para poder cambiar de actitud ante el sufrimiento de la humanidad. Nunca debemos acostumbrarnos a permanecer indiferentes ante la siembra de maldades. Es hora de la acción para, entre todos, buscar procesos de liberación de los males que nos azotan, que son muchos y muy crueles.

    Tenemos que promover vías de entendimiento. Esto es básico. Las religiones, en este sentido, mientras oran y sirven, pueden y deben hacer buenos sembrados de amor para activar caminos de comunión. Los gobernantes, igualmente, han de amar a su pueblo con humildad.  Así, pues, cada ser humano que asume responsabilidades ha de tener claro lo de servir al bien colectivo, y ha de despojarse de los intereses sectoriales. Indudablemente estamos llamados a entendernos, sin negar la dura realidad que vivimos, por esa ausencia de ética y de sentido humano, que nos hemos dejado desvalijar. Es evidente que tenemos que promover más unidad dentro de nuestra sociedad y, por ende, hace falta impulsar la propia dimensión humana, aprovechando mejor la globalización para ayudarnos más unos a otros, máxime en unos momentos de tantas desigualdades. Hoy en día, mientras emerge una riqueza obtenida por unos privilegiados, no siempre por medios lícitos, escandaliza la propagación de una pobreza en grandes sectores sociales. Ante este escenario injusto hemos de responder con una nueva visión del mundo y de la propia vida, coaligando posturas y estableciendo cauces o programas de referencia, que no solo nos propicien el entendimiento entre semejantes, también nos motiven a ser más cooperantes entre culturas.

    Humanamente hemos de estimularnos cada vez más a interrelacionarnos, desde la rectitud,  porque a todos nos interesa. Avivar, en consecuencia, una cultura  de unidad de la familia humana, conlleva reforzar esa alianza que todos nos merecemos, cuando menos para hallarnos y trazar cauces de compresión que al menos nos injerte un poco de sosiego en el alma.  Ya en su tiempo lo decía el filósofo y teólogo, Santo Tomás de Aquino (1224-1274), “el ser de las cosas, no su verdad, es la causa de la verdad en el entendimiento”. Sin duda, es desde la hondura, como confluye pensamiento y sentimiento en un auténtico contenido de amor, que lleva a un pensar y desear colectivamente. Justamente, es a partir de este ámbito de entendimiento y de diálogo, como podemos avanzar en humanidad. Realmente son muchas las vidas atormentadas por la intolerancia las que a diario solicitan nuestro auxilio. Nunca es tarde para prestar ayuda, para superar nuestras diferencias, sabiendo que todo depende de nosotros, de nuestras actuaciones, de nuestra manera de vivir. Ojalá fuésemos más agentes de paz, con lo que esto conlleva de artífices del entendimiento y de lo armónico, que es lo que verdaderamente nos imprime entusiasmo.

    Ilusionarse por entenderse uno así mismo y en correlación, para ponerse en contacto con el mundo como realidad, captando sus latidos y a la vez su modo de sentir, debiera ser materia obligatoria en todos los centros docentes, algo que sólo puede alcanzarse desde una buena disposición para comprender y, así, poder discernir. Formarnos en el discernimiento es clave ante la abundancia de horizontes que se nos presentan. Por eso, hace falta que nos sintamos libres y responsables para ese cambio profundo en el modo de entender la vida y las relaciones entre nosotros, los humanos. Por otra parte, el hecho de que determinadas legislaciones de algunos Estados, no sancionen ni corrijan hechos delictivos que contradicen sus mismas constituciones, e incluso los propios derechos humanos, lo único que hacen es agrandar las agresiones contra la dignidad del ser humano. Desde luego, esta fluctuación es un síntoma preocupante de un grave deterioro moral que hemos de atajar más pronto que tarde. No olvidemos que sin moralidad, y sin amor a esa moral, tampoco podemos enmendar los traspiés de nuestras necias inclinaciones.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 12 Julio 2017 21:10

El mundo brota en cada corazón humano

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Nuestra gran asignatura pendiente como civilización radica en humanizarnos. Sólo así podremos llevar a buen término ese futuro esperanzador que nos aglutine a todos. Por desgracia, la situación se complica, puesto que los problemas del desempleo, la desigualdad, el trabajo en precario, la injusticia, en lugar de aminorarse y corregirse, se agravan y nos desbordan. Se da la circunstancia que una parte de la humanidad progresa, mientras otra retrocede, y lo que es peor, permanece hundida y sin esperanza alguna. Desde luego, requerimos de otras energías para salir de este bloqueo que nos impide soñar y buscar nuevos caminos. Quizás tengamos que ser más creativos y optar por una nueva manera de coexistir, escuchándonos todos mucho más y no encerrándonos, para poder realizar los caminos unidos, mediante otros abecedarios más de encuentro, sin tanta competitividad, que lo único que hace es favorecer la conflictividad entre unos y otros. No olvidemos que el mundo nace en el yo de cada uno, para conjugarse en todos los tiempos y edades, poniéndonos en disposición de servirlo en esa causa colectiva que es la vida.

    Es hora de salir de nuestras corazas, de borrar la palabra enemigo de nuestro diario de subsistencia, y de contribuir a un giro histórico en nuestra manera de movernos hasta el final. Cada cual en su posición existencial tiene una grave responsabilidad para resolver ese desplazamiento, hacia horizontes más armónicos y auténticos. Las heridas que viene provocando este volcán de intereses, creados y generados por el hombre, nos está dejando sin aliento a todos. Ya está bien de perpetuar el miedo y los enfrentamientos, en vez de prestar otra atención más compasiva a tantos análogos nuestros tirados en el camino. Deberíamos vivir más próximos con el prójimo, alentando menos odio y más amor, activando nuestra lucha por la justicia social y acompañando a los que piden nuestro auxilio, que cada día son más. Quiero recordar que, algo tan básico como el acceso a agua potable en el hogar, el saneamiento y la higiene en el hogar, continúa siendo un privilegio de los ricos o de quienes viven en centros urbanos. A propósito, un reciente informe conjunto de la Organización Mundial de Salud (OMS) y UNICEF, ratifican de que tres de cada diez personas en el mundo, o dos mil cien millones, carecen de dicha acogida en sus casas, además de que seis de cada diez, o cuatro mil quinientos millones, no poseen servicios de sanidad adecuados.

    Ante esta angustiosa realidad, quizás nos venga bien poner en práctica lo que San Francisco de Asís, apuntó en cierto momento: “allí donde haya odio, que yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón; allí donde haya discordia, que yo ponga la unión; allí donde haya error, que yo ponga la verdad”. Indudablemente, para asegurarnos nuestra existencia como especie no podemos quedar con los brazos cruzados, es necesario requerir proyectos mundiales, establecer alianzas globales, injertar ilusiones y forjar objetivos, como puede ser un trabajo decente para todos, una pobreza cero y una realización plena de la persona. Desde luego, las transformaciones que observamos en la actualidad nos obligan a reflexionar sobre el futuro del trabajo a largo plazo a fin de encauzar esta evolución hacia la justicia social, pero también nuestro mundo de relaciones nos obliga a ser más comprensivos y a entendernos en un mundo globalizado en el cual todos somos dependientes de todos. Por tanto, hay que pasar de esa autosuficiencia, o endiosamiento absurdo, a otra atmósfera de más unión desde la diversidad, y así poder afrontar los problemas de nuestros días con un verdadero espíritu generoso, lo que nos llevará a comprender los signos y los símbolos del tiempo actual.

    Hoy todos los continentes se hallan en un mundo complejo y altamente móvil, cada vez más globalizado y, en consecuencia, también más cercano. A esta proximidad debemos ponerle calor humano, para superar los muchos conflictos abiertos o latentes. Nuestra historia es un encuentro permanente. El referente, en otro tiempo, de “Juntos por Europa” es un poder unificador con el claro objetivo de traducir los valores europeístas en respuestas concretas a los desafíos de un continente en crisis. Ahora, cuando tenemos una visión global del mundo, nos hace falta objetivos que den solución a un nuevo modo de vivir, sin tantas ataduras, con más desprendimiento, para pasar a ser unos moradores abiertos, acogedores, creando no sólo formas de cooperación económica, sino también humanas, donde el diálogo basado en sólidas leyes morales sea el único lenguaje común, y así poder organizar un mundo creado para ser vivido por todos. Ojalá podamos dejar este mundo para nuestros descendientes un poco mejor de cómo lo hemos hallado y no viceversa. Vale la pena esta apuesta y, personalmente, detesto a resignarme de que no lo sea así.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Domingo, 18 Junio 2017 16:50

Verse ante el espejo

Artículo | Algo Más Que Palabras
 
    Siempre nos lo decía mi abuela: es mejor mirarse en el espejo antes de juzgar a nadie. La hipocresía de esta sociedad actual es tan fuerte, que estamos todos los días y a todas horas, haciendo juicios de valor, sin benevolencia alguna. Lo sabemos todo, lo juzgamos todo, hasta el punto que el arrepentimiento del hipócrita es fingimiento por sí mismo. Por si fuera poco el engaño, le ponemos un apasionamiento que raya el atropello, porque al fin también nos creemos dioses. Tanto es así, que cada año, más de un millón de personas pierden la vida debido a la barbarie que avivamos, cuando debiéramos ser gentes de paz y no de guerras. Por cada una que muere hay muchas más con lesiones y con diversos problemas de salud física, sexual, reproductiva y mental. Ante esta atmósfera de crueldades que cosechamos a diario, y bajo este absurdo clima de bestialidades sembradas por todo el mundo, la misma Organización Mundial de la Salud, nos llama a prevenir y a dignificarnos como personas.

    Es público y notorio, que las naciones con mayores niveles de desigualdad económica tienden a presentar mayores tasas de mortalidad por fanatismos, y dentro de cada nación las tasas más elevadas corresponden a quienes viven en las comunidades más pobres. Por otra parte, este salvajismo verdaderamente preocupante suele afectar principalmente a personas jóvenes, económicamente productivas. Esto se produce cuando el ser humano, pierde de vista sus bondades y virtudes, encerrándose en su propio egoísmo, lo que le impide ver los auténticos horizontes de belleza que nos circundan. Nuestro comportamiento, que en palabras del poeta y dramaturgo alemán Goethe (1749-1832), "es un espejo en el que cada uno muestra su imagen", en ocasiones es víctima de esa incertidumbre y división que vive la sociedad actual.

    Indudablemente, hay que retornar al encuentro con lo armónico, mediante la clemencia necesaria y los deberes de justicia conciliados para toda la humanidad. Despojémonos de todo odio y activemos el sosiego, empezando por nosotros mismos. Si hay rencor en nuestros corazones, difícilmente vamos a poder reeducarnos el alma. Hay que buscar nuevos lenguajes amorosos, auténticos, que conlleven generosidad para que puedan silenciarse el sonido de las armas. Téngase en cuenta que el impacto sanitario de la violencia no se limita únicamente a las lesiones físicas, su estela de saña deja tras de sí multitud de trastornos mentales, como la depresión, los intentos de suicidio, los síndromes de dolor crónico, entre otros. Los analistas en todos estos desajustes consideran que se puede reducir su impacto, pues al delimitar las causas subyacentes, como el bajo nivel educativo, la parentalidad incoherente, la concentración de la pobreza, el desempleo y las normas sociales que respaldan la violencia, ya tenemos parte del camino andado, mediante estrategias científicamente creíbles.

    Desde luego, está visto que los programas escolares de prevención de la violencia son beneficiosos. De igual modo, el fomento de las relaciones familiares. En este sentido, deberíamos impulsar las escuelas de padres en todos los centros educativos del mundo. Personalmente, llevo implicado bastante tiempo en un Colegio al respecto, y he podido comprobar, que el fomento de la participación de los padres en la vida de los niños y los adolescentes a través de programas que desarrollen la alianza entre el hogar y la escuela, a mi juicio, es algo esencial para generar actitudes positivas y enriquecedoras para todos socialmente. Lástima que el 55% de los niños de 3 y 4 años de 74 países no juegan ni realizan ninguna actividad educativa con sus padres, según un recientísimo informe del Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF).

    Como quiera que la palabra es el prototipo de la acción, mi apuesta de que la sociedad, en su conjunto, se mire ante el espejo, no tiene otra finalidad que la de reflexionar para salir de esta espiral envenenada de dolor y muerte. No podemos continuar indiferentes ante el sufrimiento de los demás. Hemos de crecer en el amor, izando la autenticidad como bandera y sintiéndonos libres al hacerlo. Esta es la cuestión, mayores estrategias centradas en la comunidad que tienen una eficacia demostrada o son prometedoras para prevenir la violencia: aumento de la disponibilidad y la calidad de centros de atención a los niños; programas escolares para modificar normas y actitudes relacionadas con los problemas de género, y mejoras de los entornos escolares que incluyan las prácticas docentes, las políticas educativas y de seguridad, tal y como propicia la misma Organización Mundial de la Salud. 

    En cualquier caso, las sociedades pueden prevenir los hechos violentos reduciendo factores de riesgo como el alcohol, las armas de fuego y las desigualdades económicas y de género. Por eso, hoy más que nunca hace falta caminar hacia delante para reencontrarse con otras culturas, y una vez en diálogo, poder defender la dignidad de la persona humana, por encima de cualquier otro interés. Ahora bien, nuestra gran asignatura pendiente es que tenemos que aprender a respetarnos, a reconocer en el otro su valor, sin conceptuarlo a la ligera. En efecto, la sociedad tiene que salir del resentimiento para hallarse en un lugar de sostén y acompañamiento, si en verdad queremos coexistir y cohabitar como especie pensante. Pensemos, que no hay espejo que mejor irradie nuestra imagen, que aquellas palabras vertidas por nosotros.

    Naturalmente, es un mal presagio para una sociedad que aspira a confluir ideas, levantar muros o activar contiendas.  La guerra en Siria entró a su séptimo año y todavía no se avista un fin del conflicto. Es la peor crisis humanitaria y de desplazamiento desde la segunda guerra mundial. A propósito, UNICEF acaba de hacer un llamamiento financiero de 1400 millones de dólares para sus operaciones de emergencia en Siria, Líbano, Jordania, Turquía, Iraq y Egipto. Hasta la fecha, nos consta, que la llamada no ha tenido demasiado eco, a juzgar por lo poco recaudado, apenas la cuarta parte. Sin duda, es particularmente preocupante esta falta de sensibilidad ante el sufrimiento de muchos niños, madres, ancianos, desplazados y refugiados, víctimas de la violencia de todo tipo. Ojalá aprendamos otros abecedarios de convivencia y dominio. Cada ser humano debe aprender a dominarse así mismo, a no ser un lobo.  En este sentido, pienso, que las diversas religiones pueden ayudarnos a permanecer coaligados, pues la paz no ha de vociferarse únicamente en los campos de batalla, sino dondequiera que se desarrolle cualquier existencia humana.

    Confieso, por ende,  que no me gusta este espíritu de degradación humana que vivimos. Me da miedo esa raíz perversa que nos está contagiando un poco a todos, derivada en parte de una decadencia de la conciencia moral, algo que nos ha deshumanizado hasta extremos que cuesta reconocernos.  Contemplando tantos corazones doloridos, vemos, como en un espejo, los sufrimientos de la humanidad y hallamos el deseo del cambio.  Estoy convencido de que, más pronto que tarde, vamos a tomar conciencia de nuestra realidad en el mundo para modificar historias que están ahí; en Europa, África, Medio Oriente, Asia y otras latitudes. Sea como fuere, no podemos construir la paz sobre la base de mirar hacia otro lado, hemos de implicarnos y ser más responsables, sobre todo en la única respuesta que puede aportar esperanza y oportunidad: la educación; que es la que verdaderamente nos templa el alma ante las dificultades de la vida. Por desdicha, vivimos un tiempo marcado por una profunda crisis educativa que hace extremadamente complicado transmitir a las jóvenes valores básicos. Creo, pues, que el mundo tiene que empezar a mundializarse humanamente con programas que impulsen reglas de convivencia, nuevos modos y maneras de andar por el planeta, al menos siendo más considerados con todo lo que nos acompaña en el viaje por la vida.


Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Página 1 de 2